Viaje al “Cómo entender lo inentendible”
Hay amistades que son como raíces: profundas, invisibles para los demás, pero que sostienen y nutren toda una vida. La nuestra nació en el Gan del Instituto Hebreo, un lugar que no solo nos dio educación formal, sino también un marco de valores, identidad y pertenencia que marcaron para siempre nuestro camino. En esas aulas aprendimos hebreo, celebramos jaguim y conocimos de cerca la historia y el compromiso con Am Israel. Pero lo más importante, y algo que sólo te lo da el Hebreo, forjamos una amistad que se transformó en un lazo inseparable, sólido y ejemplar, que ha resistido el paso del tiempo y sigue siendo un pilar fundamental para nuestras vidas. Esa amistad, se hizo extensiva en Israel, al reencontrarnos con otros 15 ex compañeros de la generación del IH, recordando momentos y anécdotas de nuestra infancia y juventud.Ese mismo espíritu y amistad se potenció en Tzeirei Ami, nuestro movimiento juvenil, donde reforzamos los valores recibidos en el colegio y nuestras respectivas familias, incorporando liderazgo y un profundo sentido de sionismo. Allí entendimos que ser judíos no era solo una identidad cultural, sino un compromiso activo con nuestras raíces y con Israel. Con gran emoción, también pudimos reencontrarnos con Rina y Zeev, Shlijim en Tzeirei Ami hace 40 años, quienes dejaron una huella imborrable en nuestra formación y en nuestro vínculo con Israel y el judaísmo.Por eso, cuando el 7 de octubre nos golpeó tan de cerca, no dudamos en dar un paso al frente. Cinco amigos de la infancia, decidimos emprender juntos un viaje a lo que siempre nos dijeron sería la tierra de leche y miel, pero que hoy también es un lugar de preguntas dolorosas y realidades difíciles de digerir. Durante una intensa semana recorrimos lugares impensados y en ocasiones indeseados. Conversamos con personas de todos los rincones del mosaico israelí. Hombres y mujeres, de izquierda y de derecha, religiosos y seculares, Jayalim en servicio, padres de soldados solitarios (Jayalim bodedim), voceros de la Tzavá (Roni Kaplan), incluso con un amigo que hice en mi juventud en España y que hoy es periodista y corresponsal en medio oriente (Sal Emergui), todo esto en un intento de entender lo inentendible.Junto a Keren Hayesod, tuvimos la oportunidad de visitar Ben Yakir, una aldea que acoge a jóvenes en situación de riesgo social. Allí conocimos de cerca la esperanza que hoy reciben gracias a la reciente donación de la División Femenina de Chile, que permitió la creación de un moderno centro tecnológico destinado a entregarles herramientas y abrirles un futuro mejor, pese a las duras adversidades que les ha tocado enfrentar.Con una emoción aún mayor, también recorrimos el Centro Terapéutico de la aldea, un espacio que guarda un significado muy especial para nosotros: los cinco fuimos parte de su materialización en nuestra juventud, cuando me tocó presidir la división Dor Hemshej de Keren Hayesod. Verlo en funcionamiento, ayudando a tantos jóvenes a sanar y salir adelante, fue profundamente conmovedor. Y al mismo tiempo doloroso, porque producto de la guerra, este centro se ha transformado, lamentablemente, en el espacio más solicitado de toda la aldea.Estremecedor fue visitar el Kibutz Nir Oz, acompañados por Yftaj, hijo de uno de sus fundadores. Con gran emotividad, y a ratos con la voz quebrada y las palabras atascadas en la garganta, nos relató lo macabro y doloroso que fue vivir el 7 de octubre de 2023. Entre cenizas, escombros y silencios que gritaban, escuchamos de primera fuente historias imposibles de asimilar. Historias que mostraban lo más oscuro de la condición humana, tan crueles que cuesta llamarlas humanas. Y entendimos, con rabia y desgarro, que los responsables no eran personas, sino que verdaderos monstruos.El momento más desgarrador fue al detenernos frente a la casa de la familia Bibas. En su fachada aún colgaban fotos de esos niños de sonrisa inocente y mirada enternecedora, abrazados a sus padres. Imágenes que parecían gritar lo que el corazón no alcanza a procesar. Imposible no preguntarse ¿cómo se puede seguir viviendo después de tanto dolor? ¿Cómo aceptar que una familia, con toda una vida y un futuro por delante, como cualquiera de nuestras propias familias, haya visto truncado una vida que apenas comenzaba a escribirse?Mientras recorríamos el kibutz, escuchamos el crujir de las maderas de las primeras casas que comenzaban a ser demolidas. Y entonces, con la voz entrecortada, lágrimas contenidas y pausas que dolían más que las palabras, Yftaj nos explicó la decisión del Kibutz: por más recuerdos y vida que hubiera en esas paredes, después de las atrocidades del 7 de octubre, “No queremos vivir en un Auschwitz”, nos dijo. Y en ese silencio que siguió a sus palabras, sentimos de golpe la magnitud del dolor de un pueblo que, a pesar de todo, sigue luchando por levantarse.También visitamos otros lugares cargados de un peso emocional imposible de describir. Uno de ellos fue el lugar donde ocurrió la masacre del Festival Nova: allí, donde casi 400 jóvenes fueron asesinados y 44 secuestrados, simplemente por bailar y cantar en un festival que paradójicamente celebraba la paz.Caminar por ese espacio fue estremecedor. Cada rincón parecía contar una historia, cada foto y cada nombre eran un recordatorio de sueños interrumpidos. Sentimos en la piel la fragilidad de la vida al imaginar a esos jóvenes, tan llenos de energía, de ganas de vivir, de disfrutar, de construir futuro, siendo víctimas de una tragedia inconcebible.No muy lejos de allí nos encontramos con el llamado “cementerio de autos”. Decenas de vehículos acribillados permanecen como testigos mudos de la barbarie. Allí fueron asesinados cruelmente quienes intentaron escapar de las balas asesinas, buscando desesperadamente salvarse para poder seguir escribiendo sus propias historias. Las balas en las carrocerías, los vidrios quebrados y las huellas de violencia transforman a esos autos en un memorial desgarrador de lo que no debería haber ocurrido jamás.Tuvimos también la oportunidad de visitar el centro de rehabilitación ADI, principalmente destinado a los soldados heridos en la guerra y en el cual también cuenta con el apoyo de Keren Hayesod. Allí, en un ambiente cargado de humanidad y resiliencia, escuchamos testimonios que nos estremecieron profundamente. Cada historia relataba no solo el instante en que fueron heridos, sino también el duro y a la vez esperanzador proceso de rehabilitación que hoy enfrentan. Fueron relatos que nos golpearon el corazón y al mismo tiempo nos mostraron la fuerza y determinación de quienes, pese al dolor, luchan día a día por volver a levantarse.Fuimos parte de la tradicional manifestación cada sábado en el Kikar Hajatufim, acompañando a cientos de miles de israelíes que clamaban, con un grito unánime, por el pronto regreso de los rehenes y por la tan anhelada paz para Israel y el mundo.Allí, entre banderas, cantos y plegarias, escuchamos los testimonios de quienes lograron volver del cautiverio y, sobre todo, la voz quebrada de los familiares de aquellos que ya cumplían 700 días secuestrados. Sus palabras, entre lágrimas y esperanza, se proyectaban sobre grandes pantallas que mostraban los rostros de sus seres queridos: imágenes de hijos, padres, hermanos, con sonrisas congeladas en el tiempo, esperando volver a ser abrazados.Pero junto a este intenso y necesario recorrido, también pudimos reencontrarnos con el Israel que tanto queremos y recordamos: el de las playas llenas de familias, risas y juventud; el de las mesas compartidas en restaurantes y cafeterías repletas de vida, aromas y esperanzas; en esas conversaciones que siempre terminamos con un brindis por la amistad, por un Israel seguro y por la continuidad del pueblo judío.Porque más allá del dolor y la complejidad de lo vivido, este viaje fue también una celebración: de la amistad que perdura y se fortalece con los años, del compromiso inquebrantable con nuestro pueblo y de la certeza de que, incluso en tiempos oscuros, lo que nos sostiene son la unidad y los vínculos verdaderos.Y quizás esa sea la mayor enseñanza que nos llevamos: que no se trata de intentar entender lo inentendible, sino de acompañar, escuchar y abrazar, de estar presentes, hoy más que nunca, con Israel, nuestras instituciones y la comunidad judía, porque así y solo así, más unidos que nunca, podremos dar continuidad a nuestro milenario pueblo judío.Am Israel Jai